Ir al contenido principal

Puente de la Ventilla





—¡Me cago en la maldita estampa de Vidal y compañía!

La Libertaria apretaba nerviosa el colgante que llevaba sobre su mono azul. Daba vueltas por el puesto y no paraba de maldecir desde primera hora de aquella mañana.

Y la verdad es que razón no le faltaba, todos los blocaos del puente habían amanecido desiertos. Ya había tenido el pálpito de que aquellos militronchos no eran de fiar. Y de los hijos de perra de los guardias civiles.... De esos mejor ni hablar, sabía de qué lado estaban desde el comienzo, allá en Utrera. Desde la posición dominante donde estaban ella y el Litri, su fiel compañero, veían a la perfección la cerrada curva que describía la carretera a través de la garganta, hasta desembocar en el puente. Litri montaba guardia sin pestañear, una mano en los rotos gemelos y la otra, tensa, sobre el puño de la ametralladora, el dedo pegado al gatillo.

—¡Antonia, Antonia! Ya están aquí esos cabrones.

Los facciosos avanzaban con extremada precaución. El coche blindado que iba a la cabeza de la columna se estaba aproximando ya a la altura de las primeras cargas explosivas.

—Eso es, venga... Acercaos, cerdos... Eso es, un poquito más...

Antonia estaba empapada, una gota de sudor le cayó del cuello y fue a parar a su amuleto: si algo salía mal lo pagarían con su vida. Se enjugó otra vez la frente y accionó la palanca del contacto sin pensarlo más. Tras la explosión sorda, una nube de polvo y gases impidió ver la carretera durante unos instantes.

—¡¡Cagóndios, cagóndios!!

Se miraron horrorizados, sólo una pequeña parte de las cargas había explotado. El Litri comenzó a disparar ráfagas desesperadas sobre los militares de la columna que se habían dispersado como conejos por las lometas cercanas. Tras unos breves minutos de tiroteo comprendió la esterilidad de la lucha. Soltó la ametralladora y buscó protección entre los brazos de la miliciana:

—¡Vámonos, Antonia!
—¿A dónde quieres ir? ¡Ya están encima!
—¿Y qué hacemos?
—Voy a ver qué carajo ha pasado con las malditas cargas... Tú quédate aquí y sigue disparando —dijo la Libertaria deshaciéndose del abrazo.
—¡No! ¡Estás loca, vuelve! ¡Antonia!

Con determinación suicida la Portuguesa se descolgó desde el blocao siguiendo la línea de cables, arrastrándose pegada a las rocas. Pero perdió apoyo con una zarza y rodó unos metros cabeza abajo en dirección al arroyo. Al frenarse con unos matojos, oyó nítidamente una explosión allá arriba y luego nada: la ametralladora del Litri ya no traqueteaba. Sollozó de impotencia y entonces vio los cables cortados; tendría que unirlos o prender una mecha o lo que fuera para hacer volar el puente cuanto antes. Pero ya era tarde, los militares se habían reorganizado y avanzaban de nuevo tomando posiciones. Desde el extremo del puente ya alguien había divisado el mono azul.

—Allí, en aquellos matorrales...

El francotirador se aprestó a apuntar con su máuser a la figura que serpenteaba por la garganta. “Esto es pan comido”, pensó. Un corrillo de curiosos fumaban arracimados detrás del especialista:

—Me apuesto el chusco a que no le das en la cabeza...
—dijo un gordito falangista de Carmona. Y sonó un único disparo que dio en tierra con la figura azul.

Rápidamente los moros y requetés de la columna acorralaron a la malherida que se retorcía de dolor. Detrás llegó un cura que le agarró del pelo y le escupió estas palabras:

—De esta ya no sales, Portuguesa...¿O prefieres que te llame... Libertaria?
—¿Cómo...? — dijo Antonia que apenas tenía fuerzas para sostener la mirada de odio del cura.
—¡Vamos, no pongas esa cara! —rió prepotente el sacerdote— Sabemos que eres una infesta comunista y que pensabais volar el puente a nuestro paso. Uno del Comité ha desertado y nos lo ha contado todo...

El capellán se incorporó y se paseaba delante de Antonia manoseando la cruz que llevaba al cuello, volvió a mirarla con desprecio y le dijo:

—Y ahora, elige, o te pones a bien con Dios, o te dejo morir como a una perra sarnosa....

¿Te ha gustado?




Comentarios